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Gran Vía

Sadam Husein, condenado a muerte.

La condena a muerte de Sadam Husein es un claro atentado a los derechos humanos. Sadam Husein es un dictador, un asesino execrable que debe pagar los horrendos crímenes que cometió a lo largo de los años en los que ocupó la presidencia del gobierno iraquí. Pero desde luego, con un acto semejante, flaco favor se hace a la imagen de la democracia ante los ojos de los iraquíes. La pena de muerte no debería existir en ningún país del mundo. Pero aún menos, en países que se han autoproclamado adalides de la democracia y de la justicia planetaria.

 

Y Además, al margen de los derechos humanos, la pena de muerte contra Sadam, le hace un flaco favor a la paz. Su ejecución probablemente traerá nuevas revueltas en el país, nuevos atentados que llenarán de sangre las calles y plazas de Bagdad y de otras ciudades iraquíes. En una situación tan delicada como la iraquí, una situación que además nadie sabe como acabará, hay que evitar alimentar la ya de por si explosiva situación. La próxima ejecución de Sadam no hará sino alimentar la violencia sectaria en este país azotado por la guerra por la gracia de Bush. Organizaciones humanitarias, y países europeos como Francia o España ya han lamentado la ejecución. Sadam sin duda, se merece un castigo justo por sus años de represión y por los miles de crímenes cometidos. Pero desde luego, los verdaderos demócratas no podemos sino lamentar una ejecución, sea de quien sea. El respeto a los derechos humanos es un valor básico dentro de la democracia. Hasta para tratar con seres indeseables y repugnantes como Sadam Huseim.      

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