EL RETORNO DE CIU
La Convergencia i Unió (Ciu) de Jordi Pujol gobernó Catalunya durante 23 años. Quizá fueron demasiados, tenía que llegar una alternancia que llegó abanderada por Maragall y plasmada en el Govern tripartido PSE-ERC-ICV. Llegó la alternancia pero fracasó. ¿Puede retornar al poder CiU, ahora no con Pujol sino con Artur Mas? Sería lo más sensato. Los convergentes han ganado las elecciones con una sustanciosa diferencia de votos por encima de los socialistas, clasificados en segundo lugar, y han obtenido once escaños más en el Parlament que el grupo liderado por José Montilla. Artur Mas puede gobernar con ERC porque la suma de ambos le proporcionaría mayoría absoluta en la Cámara. Pero sería una fórmula nacionalista en exceso que dificultaría la cohabitación política con el Gobierno de Madrid. La alternativa que concedería la más amplia mayoría en el Parlament a un Ejecutivo presidido por Mas saldría de un pacto con los socialistas. Sería la más celebrada, sin duda, por la mayoría de los españoles, un dato que los catalanistas de CiU, deberían de contemplar. La reedición del tripartito PSC-ERC-ICV tendría que estar presidido por Montilla que sería un president débil porque su partido ha conseguido 240.000 votos menos que en 2003. El ex ministro de Industria no cesa de afirmar que los socialistas quieren un gobierno “catalinista y de progreso”. Una aspiración que se puede alcanzar mejor con un Ejecutivo de coalición entre CiU y PSC que con el tripartito porque, en este segundo caso, no cabría esperar un gobierno fuerte con un presidente débil. Y Montilla sería un presidente débil. A mayor abundamiento, el Gobierno de Catalunya que surja de las elecciones del 1-N, tendrá que poner en marcha el nuevo Estatuto de Catalunya que, como es público y notorio, fue pactado en un mano a mano entre Mas y Rodríguez Zapatero. Lo lógico es, por tanto, que sea gestionado por CiU y PSC. Sería permitir el retorno de los convergentes al poder pero no con la arrogancia de los tiempos de Jordi Pujol, en repetidas ocasiones respaldado por la mayoría absoluta, sino con la humildad que tendría que mostrar Artur Mas al presidir un gobierno de forzosa coalición. La combinación entre un partido nacionalista y otro que no lo es resultaría beneficiosa para los dos. La experiencia fue fructífera en Euskadi entre 1987 y 1998 y podría serlo también en Catalunya. Con posibilidades de mayor duración entre los catalanes que entre los vascos, por motivos sobradamente conocidos.